Thursday, August 23, 2007

Cerrando capítulos

Egolatra?

Sí, quizá un poco... o bastante, no lo sé... pero si no me quiero yo, entonces quien?



Es mejor reconocer, y perdir perdón en el momento que suceden los problemas......



podría mencionar todos mis errores, y pedir disculpas por ellos... pero de qué serviría? de nada, ya están en el pasado, y en el alma...



en fin... Cerrando Capítulos

Friday, August 17, 2007

El caballero de la armadura oxidada

(extracto)

El Castillo del Silencio

...Se sentó en el suelo y continuó pensando. Al poco rato, le vino el pensamiento de que toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento. Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación aún más pequeña que las anteriores.

Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se di cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a Julieta, cuando ella intentaba decirlo cómo se sentía; especialmente cuando estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De hecho, una de las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía que hacer era bajar la visera y ya no la oía.

Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero; tan sola como el se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la soledad de Julieta también. Durante años, la había obligado a vivir en un castillo de silencio. Se puso a llorar...


El Castillo del Conocimiento

...A medida que el caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido con Julieta, las lágrimas iban cayendo por sus mejillas. Si, la había necesitado más de lo que la había amado. Deseó haberla necesitado menos y amado más, pero no había sabido como hacerlo.
Mientras continuaba llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado a Cristóbal más de lo que le había amado. Un caballero necesitaba un hijo para que partiera a las batallas y luchara en nombre de su padre cuando éste se hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero no amara a Cristóbal, pues amaba la belleza de su hijo. También disfrutaba oyéndole decir: “Te quiero papá!", pero, así como había amado estas cosas de Cristóbal, también respondían a una necesidad suya.

Un pensamiento le vino a la mente como un relámpago: ¡Había necesitado el amor de Julieta y Cristóbal porque no se amaba a sí mismo! De hecho, había necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado y de toda la gente por la que había luchado en las cruzadas porque no se amaba a sí mismo.El caballero lloró aún más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía amar realmente a otros. La necesidad de ellos se interpondría....


El Castillo de la Voluntad y la Osadía

Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.

- Habéis sido muy valiente - dijo Ardilla.
- No está mal por tratarse del primer intento - añadió Rebeca.

Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.

- ¿Cómo que el primer intento?

Ardilla le respondió con toda naturalidad:

- Tendréis más suerte la segunda vez

El caballero respondió enfadado:

- Tú irás la segunda vez.
- Recordad que el dragón es sólo una ilusión - dijo Rebeca.
- ¿Y el fuego que sale de su boca? ¿Eso también es una ilusión?
- En efecto - respondió Rebeca - el fuego también era una ilusión.
- Entonces, ¿cómo es que estoy sentado en este arroyo con el trasero quemado? - exigió el caballero.
- Porque vos mismo hicisteis que el fuego fuera real, le dais el poder de quemar vuestro trasero o cualquier otra cosa - dijo Ardilla.
- Tienes razón - corroboró Sam - Debes regresar y enfrentarte al dragón de una vez por todas.

El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y medio contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y Rebeca, mientras que la otra mitad quería permanecer en el arroyo.
Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:

- Dios le dio coraje al hombre. El hombre da coraje a Dios.
- Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme sentado en el arroyo y descansar.
- Mira - lo animó Sam - si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines, pero si no te enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.
- Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa - dijo el caballero . Se puso en pie de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo una vez más.

El dragón le miró incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.

- ¿Otra vez? - bufó - Bueno, esta vez sí que te pienso quemar.

Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una y otra vez: “el miedo y la duda son ilusiones”.
El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.
A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas semillas - las Semillas de la Duda - tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo aún más pequeño a medida que continuaba avanzando con determinación.

- ¡He vencido! - exclamó el caballero victorioso.

El dragón apenas podía hablar.

- Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.

Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.

- Regresa siempre que quieras - le gritó el caballero - Cada vez que lo hagas, yo seré más fuerte y tú más débil.

Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.

- Lo veis, yo tenía razón. El conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo y la Duda....


La Cima de la Verdad

Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción sobre él: aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.

El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.

El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: “Pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido”.
El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas “conocidas” a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad - quién creía que era y que no era - Estaban sus creencias - aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso - Y estaban sus juicios - las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba malas.

El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. ¿Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido?

- Lo has cogido caballero, - dijo Sam - Tienes que soltarte.
- ¿Qué intentas hacer, matarnos a los dos? Gritó el caballero.
- De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo - dijo Sam - Mírate. Estás tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estas lleno de estrés y miedo.
- No estoy tan asustado como antes - dijo el caballero.
- En ese caso, déjate ir y confía -. Dijo Sam
- ¿Qué confíe en quién? - replicó el caballero enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.
- No es un quién - respondió Sam - ¡ No es un quién sino un qué!
- ¿Un qué? - preguntó el caballero.
- Sí - dijo Sam - La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.

El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.

- Déjate ir - le susurró Sam con urgencia.El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza en cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca...




Esto es un extracto del cuento de Robert Fischer "El caballero de la armadura oxidada"

La verdad es que tengo que dejar ir mis prejuicios... tengo que aceptar como soy, amar a quien soy, dejar de lado mis odios, mis dudas y mis temores para que sólo así pueda amar a los demás...

mi relación se terminó por mis temores... temores que nunca enfrenté...






soy un cobarde...





y ahora no tengo fuerzas para salir de mi cobardía... para quitarme mi "armadura"... estoy atascado en ella, como el caballero...




Pero tengo que seguir mi propio sendero de la verdad... ya que la ayuda debilita el espíritu de los humanos...




Saludos